La coca, materia prima de la cocaína, ha sido tratada como contrabando durante décadas. En los Andes la policía arranca las plantas, y Washington ha invertido miles de millones en campañas de erradicación.
Sin embargo, aquí en Bolivia, el cultivo, la venta y el consumo de coca son legales. En una tarde reciente, un funcionario de comunicaciones del gobierno instaló un trípode en la pequeña localidad andina de San José de Pery para filmar a un agricultor mientras preparaba la tierra para la coca.
“Yo me voy a dar la molestia de explicar más o menos cómo se prepara esta herramienta que se llama wallhua”, dijo el agricultor Jaime Mamani, de 64 años, mientras levantaba un rastrillo de tres púas. “Acabas de poner la plantita”.
Para muchos, la coca solo es la base de la cocaína, una planta que se cosecha, se mezcla con productos químicos, se transforma en laboratorios clandestinos y se trafica por todo el mundo. Pero en su forma natural es algo completamente distinto: un estimulante suave que desde hace siglos se mastica, se elabora y se venera en las comunidades andinas.
De hecho, la coca es una parte tan integral de Bolivia, la pequeña nación sudamericana sin litoral, que su gobierno está liderando una campaña con el fin de presionar a las Naciones Unidas para que eliminen la hoja de la lista mundial de drogas más peligrosas.


La ONU clasifica la coca, junto con el fentanilo y la heroína, como “altamente adictiva y susceptible de abuso”. Durante mucho tiempo, Estados Unidos se ha opuesto a cualquier cambio, y ha advertido que facilitaría la expansión de la producción de cocaína. En Colombia, el mayor productor mundial de cocaína, Washington ha gastado miles de millones en operaciones de erradicación y lucha contra el narcotráfico, a pesar de que la producción sigue aumentando.
Se espera que los resultados de una revisión formal de la ONU estén listos en marzo.
Eliminar la hoja de coca de la lista de drogas peligrosas liberaría a los países que han firmado la convención de la ONU sobre drogas de la obligación de penalizar la coca. (Bolivia ha quedado exenta de esa norma). La reclasificación de la coca en una categoría menos restrictiva podría abrir el camino al comercio legal, la investigación científica y el desarrollo industrial.
Pero no hay certeza de que las Naciones Unidas vayan a introducir ningún cambio.


Los defensores de esta medida argumentan que la hoja en sí misma no es intrínsecamente dañina y que equipararla con la cocaína criminaliza una piedra angular del patrimonio indígena andino.
El borrador de un informe de la Organización Mundial de la Salud, la agencia de salud pública de la ONU, concluyó que la coca tenía un potencial muy bajo de dependencia y no suponía riesgos importantes para la salud.
Sin embargo, en Bolivia algunos vendedores comercializan hojas de coca mezcladas con estimulantes como la cafeína, llamadas “coca recargada”, y los periodistas locales han documentado los posibles riesgos para la salud de estos productos no registrados.
Los esfuerzos de Bolivia para cambiar el estatus legal de la hoja de coca podrían verse afectados por la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del 19 de octubre. La contienda se libra entre dos candidatos conservadores, y no está claro si alguno de ellos defenderá la coca con la misma firmeza que los gobiernos de izquierda que han liderado el país durante dos décadas.
Los agricultores de las zonas designadas cultivan coca para venderla en los mercados estatales. En Bolivia se produce cocaína, pero su producción es inferior a la de Colombia y Perú; gran parte de la coca del país se cultiva para uso tradicional y legal.
Y la coca está presente en todas partes: se añade a las bolsitas de té de los hoteles de lujo, se vende en quioscos callejeros en sabores como naranja y sandía, la mastican los conductores en los viajes largos e incluso se coloca en recipientes en los escritorios de los funcionarios del gobierno.


Esa omnipresencia es relativamente reciente. La presión para arrancar los cultivos que habían sustentado a las comunidades indígenas durante siglos, como parte de la guerra contra las drogas liderada por Estados Unidos, generó resentimiento y movilización política, lo que contribuyó al ascenso de Evo Morales, líder sindical de los cultivadores de coca que se convirtió en el primer presidente indígena de Bolivia en 2006.
Morales convirtió la planta en un elemento central de su agenda. Bajo el lema “Coca sí, cocaína no”, su gobierno promovió los usos tradicionales y modernos, como el té de coca, la harina, la pasta de dientes y otros productos, sin dejar de comprometerse a combatir el tráfico de cocaína.
Su gestión consagró la coca como parte del patrimonio cultural de la nación en la Constitución de 2009, subrayando la identidad indígena y la resistencia a las políticas antidroga extranjeras. En 2012, Bolivia se retiró del acuerdo de las Naciones Unidas sobre drogas, pero se reincorporó al año siguiente después de que la ONU concediera una exención que permitía el uso de la coca dentro de las fronteras bolivianas.
En 2017, Bolivia aprobó una ley que regula el cultivo, el comercio y el consumo, lo que formalizó un mercado interno legal.
“Yo recuerdo cuando era niño era algo muy mal visto”, dijo Omar Pintones, de 36 años, coordinador de la agencia gubernamental que supervisa la industria de la coca. “Este consumo de la hoja de coca era para la gente de la clase baja. Entonces muchas veces había esa parte de la vergüenza”.
Hoy en día, añade, “mucha gente profesional, abogados, doctores, médicos, gente en las universidades, gente en cualquier rubro del trabajo” consumen hojas de coca.


En San José de Pery, a cinco horas en coche de la capital, La Paz, los residentes se sienten orgullosos de su trabajo con la coca. Los agricultores se levantan a las 3 a. m. para cuidar las plantas, que tardan entre tres y cuatro meses en madurar. Las hojas cosechadas se secan, se empaquetan y se venden a distribuidores que abastecen a minoristas de toda Bolivia.
El Gobierno establece un límite de unas 21.800 hectáreas en todo el país para el cultivo legal de coca, con el fin de ayudar a mantener altos los precios para los agricultores locales. La industria genera empleos directos e indirectos para decenas de miles de familias.
Luis Arce, que sucedió a Morales como presidente en 2020, ha llevado el caso de Bolivia ante la Organización Mundial de la Salud para que se elimine la coca de la lista de las drogas más peligrosas. Un portavoz de la agencia dijo que su evaluación sopesaría “los daños frente a los posibles beneficios” de la hoja de coca, al tiempo que determinaría la facilidad con la que se puede convertir en cocaína.


El viceministerio de Coca y Desarrollo Integral, una institución exclusivamente boliviana, supervisa la industria de la coca en el país. Bolivianos vestidos con trajes indígenas tradicionales suelen llenar sus pasillos para renovar sus licencias de coca.
Pintones, que trabaja en esa entidad, dijo que él y muchos de sus empleados provienen de familias dedicadas al cultivo de la coca y presionaron para que se legalizara.
“Yo he comido, he crecido, he vestido, he estudiado, he mantenido también a mi familia gracias a la hoja de coca”, dijo. “Yo consumo la hoja de coca diariamente acá dentro del trabajo y en mi diario vivir. Y nunca he estado loco o nunca he perdido la conciencia”.
El ministerio colabora con empresas que experimentan con nuevos productos —refrescos, helados, pomadas, jarabes y jabones de coca— y con universidades para estudiar la hoja.
Los estudios sugieren que la coca puede ayudar a aumentar el estado de alerta y reducir la presión arterial. Las investigaciones también han señalado efectos antioxidantes y antinflamatorios que podrían ayudar a combatir las infecciones.
Si las Naciones Unidas deciden disminuir las restricciones sobre la hoja de coca y otros países avanzan hacia su despenalización, eso podría abrir un mercado para el comercio mundial de productos de coca.
“A nivel de todo el estado, de todo el país, de Bolivia ha generado muchos empleos la hoja coca”, dijo Mateo Mamani, viceministro de Coca de Bolivia, en una entrevista, y poder exportar la hoja de coca “va a generar buenos ingresos para el Estado”.


Los investigadores de Bolivia están realizando más estudios sobre los derivados de la coca y sus posibles beneficios para la salud.
“Eso queremos que entienda el mundo”, dijo Mamani. “Sí se usa para cosas ilícitas, pero si se le da esa mirada buena a la hoja de coca podemos sacar muchas cosas”.
En Colombia y Perú, el uso tradicional de la coca también está protegido por la Constitución, pero no es tan omnipresente como en Bolivia.
Los partidarios de eliminar la hoja de coca de la lista de la ONU afirman que es factible separar el uso tradicional del tráfico de cocaína porque los mercados legales estrictamente regulados podrían ser vigilados cuidadosamente.
Las autoridades estadounidenses argumentan que, aunque la hoja en sí misma es relativamente inofensiva, sigue siendo la materia prima de la cocaína, y que reconocer o legalizar la coca a nivel internacional podría debilitar los esfuerzos para suprimir su cultivo y dificultar su aplicación. El gobierno de Donald Trump ha citado el tráfico de cocaína para justificar sus ataques a embarcaciones que, según las autoridades, salen de Venezuela con destino a Estados Unidos.


Pero, incluso si se abriera un mercado internacional de coca, algunos críticos temen que las grandes empresas se lleven la mayor parte de los beneficios y que las comunidades indígenas no se vean beneficiadas.
Sdenka Silva, una socióloga boliviana que ha trabajado con cultivadores de coca, fundó el Museo de la Coca, un pequeño edificio ubicado entre hostales para mochileros en el centro de La Paz que educa a los visitantes sobre los 8000 años de historia de la planta entre las comunidades indígenas.
Según Silva, cuando la cocaína era legal en muchos países a finales del siglo XIX y principios del XX, Bolivia y Perú obtuvieron pocos beneficios, mientras que Inglaterra y los Países Bajos cultivaban coca en Malasia e Indonesia, donde era más barata (las fuerzas japonesas destruyeron esos cultivos durante la Segunda Guerra Mundial).
“Temo que algo así pase de que grandes empresas”, dijo.
Pero los defensores de la coca tienen esperanzas.
“Esto no debería ser político”, dijo en una entrevista Arce, el presidente saliente, que no se postuló a la reelección. “La hoja de coca no es un estupefaciente”.
